De niña sonaba con ir a Colombia. Para mí, ese país siempre tenía algo mágico, reservado y diferente que yo sentía que necesitaba descubrir. En un trabajo con el gobierno de Canadá, tuve que pasar tiempo en América Central. Allá conocí a un australiano que estaba haciendo un viaje largo por América de sur y América central. Cuando le pregunté qué país le había gustado más, me dijo: Colombia. Cuando le pregunté el por qué, me contó que la gente lo había tratado muy bien y que había conocido personas realmente buenas. Aunque yo siempre había querido ir a Colombia, en ese entonces, yo no podía entender como una persona de un país seguro como Australia (y que casi no hablaba español) había encontrado su lugar favorito en un país del cual se escuchan tantas malas noticias.
Pero por fin tuve la oportunidad de conocer Colombia por mí misma el pasado diciembre (2006). El 27 de diciembre llegué a Bogotá y me di cuenta que la cuidad tenía un espíritu diferente. Todos estaban corriendo- hasta en la fila de inmigración. Después de haber esperado unos 15 minutos, el agente de inmigración habló con mi novio (el ignoró el hecho que podría ser posible que yo hablara español) y 10 minutos más tarde estábamos saliendo del aeropuerto. Viendo Bogotá por primera vez pensé que la cuidad estaba muy bien iluminada con decoraciones para las navidades. Después de haber viajado 5 minutos en carro me di cuenta que la cuidad era mucho más desarrollada de lo que yo pensaba y casi igual en muchos sentidos que mi cuidad de Montreal, Canadá. También tuve la oportunidad de visitar Cartagena, que me pareció igual de bonita pero en una manera diferente. La cuidad es muy colonial, con su toque de caribe y muy calurosa.
Una cosa que me pareció interesante de las dos ciudades era el nivel de seguridad que estaba presente. En Bogotá me sentía que estaba en un lugar de alta seguridad y en algunos sentidos creo que iba más allá de la sensación, realmente es segura. En Transmillenio, en los almacenes, aun en San Andresito había muchos guardias de seguridad presentes. Claro que no tuve tiempo para visitar todo Bogotá, y en algunos lugares había menos guardias que en otros, pero para una cuidad tan grande (no necesariamente en población sino en terreno) parece que la cuidad está haciendo lo mejor posible para asegurar a todos los bogotanos. En Cartagena no veía muchos guardias pero me dijeron que la ciudad es segura y después de dos días me di cuenta que no debía perder mi tiempo preocupándome por el crimen que no existe.
No obstante, algo que me dolió el corazón en Cartagena era el nivel alto de prostitución infantil que está presente. El estado tiene una responsabilidad de eliminar este problema que está destruyendo la vida de esas chicas. No solamente es un peligro para la salud de la ciudad sino que también puede afectar la imagen del país a largo plazo.
El contraste de la gente de las dos ciudades es impresionante. En Bogotá me pareció que las personas son más diplomáticas en su manera de hablar y tratar la gente. Día tras día, tuve experiencias muy buenas en restaurantes y en almacenes con empleados que me dejaban probar mil y un atuendos y vestidos sin quejarse ni una sola vez. Por otro lado, la mayoría de la gente en Cartagena me pareció un poco grosera y como si le molestara la gente. Con la excepción de un restaurante que visitamos cerca del centro, me sentía que la gente no le gustaba atender y tratar a los clientes o cualquier persona. Aún en el "Crepes and Waffles" que es conocido por su servicio, trataron de cobrarnos por algo que no pedimos (todo eso después de haber esperado por 25 minutos un cambio de postre en que lo único que pedimos era un waffle extra).
La comida colombiana es realmente una explosión de sabores para las papilas gustativas. Probé de todo: ajiaco, bandeja paisa, bocadillos con guayaba, jugos de todas las frutas (con y sin leche), pescado con patacones y arroz con coco (en la costa), carne asada y pollo a la parrilla (en un asador de San Andresito), hamburguesas El Corral y el queso derretido en el chocolate con pan (en la cafetería la Florida en el centro de Bogotá). La verdad es que comí todo lo inventado y por inventar, incluso hasta Pony Malta con Chocoramo y las galletas integral de marca Club Social. ¡Ah y como puedo olvidar a las famosas arepas! Me volví adicta a las arepas con aguacate y queso que ahora no sé que voy a hacer sin ellas. La verdad es que me encantó la comida colombiana, tanta que traje muchos productos de vuelta al Canadá y sigo comiendo: arepas, bocadillos, Ducales y Chocáramos, como si estuviera todavía en Colombia.
Después de mi viaje en Colombia, muchos colombianos me preguntaron cómo me pareció el país y si lo recomendaría a otras personas. Mi respuesta es que sí, definitivamente. Desafortunadamente, no tuve tiempo suficiente para conocer más del país como quisiera. Sin embargo, me gustó y se lo recomendaría a otras personas pero no sin un amigo o pareja que sea colombiano y pueda guiarlos. Aunque yo no tuve problemas porque hablo español y la cultura de América Latina me es familiar, Colombia como todos los países tiene sus modales y vocabulario que son muy distintos. Además, el país hasta ahora está comenzando a recibir más turismo, y las ciudades son grandes y muchas personas no están acostumbradas a los extranjeros. Si hay algún extranjero que está contemplando ir a Colombia le recomiendo vehementemente que vaya y conozca el país. De seguro no va a arrepentirse.
Por: Suzette Latouche
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